5 Oct

Formato del puesto: Estándar

Todos los niños, excepto uno, crecen. Pronto saben que crecerán, y la forma en que Wendy lo supo fue ésta. Un día, cuando tenía dos años, estaba jugando en un jardín, arrancó otra flor y corrió con ella hacia su madre. Supongo que debía de tener un aspecto bastante encantador, porque la señora Darling se llevó la mano al corazón y exclamó: “¡Oh, por qué no puedes quedarte así para siempre!”. Esto fue todo lo que pasó entre ellas sobre el tema, pero a partir de entonces Wendy supo que debía madurar. Siempre se sabe después de los dos años. Dos es el principio del fin.

La Sra. Darling oyó hablar de Peter por primera vez cuando estaba poniendo en orden las mentes de sus hijos. Es costumbre nocturna de toda buena madre, después de que sus hijos se han dormido, revolver en su mente y poner las cosas en orden para la mañana siguiente, volviendo a empaquetar en su sitio los muchos artículos que han vagado durante el día.

Si pudieras mantenerte despierto (pero por supuesto no puedes) verías a tu propia madre haciendo esto, y te parecería muy interesante observarla. Es como ordenar los cajones. La verías de rodillas, supongo, deteniéndose con humor sobre algunos de tus contenidos, preguntándose de dónde demonios habías sacado esto, haciendo descubrimientos dulces y no tan dulces, apretando esto contra su mejilla como si fuera tan bonito como un gatito, y guardando apresuradamente aquello fuera de su vista. Cuando te despiertas por la mañana, la picardía y las malas pasiones con las que te fuiste a la cama se han plegado en pequeño y se han colocado en el fondo de tu mente y en la parte superior, bellamente aireados, se extienden tus pensamientos más bonitos, listos para que te los pongas.

No sé si alguna vez has visto un mapa de la mente de una persona. Los médicos a veces dibujan mapas de otras partes de uno, y su propio mapa puede llegar a ser intensamente interesante, pero sorpréndalos intentando dibujar un mapa de la mente de un niño, que no sólo está confusa, sino que no para de dar vueltas. Hay líneas en zigzag en ella, como la temperatura en una tarjeta, y probablemente son caminos en la isla, porque el País de Nunca Jamás es siempre más o menos una isla, con sorprendentes salpicaduras de color aquí y allá, y arrecifes de coral y embarcaciones de aspecto rabioso en el horizonte, y salvajes y guaridas solitarias, y gnomos que son en su mayoría sastres, y cuevas por las que corre un río, y príncipes con seis hermanos mayores, y una cabaña que se está deteriorando rápidamente, y una anciana muy pequeña con una nariz aguileña. Sería un mapa fácil si eso fuera todo, pero también está el primer día de colegio, la religión, los padres, el estanque redondo, la labor de aguja, los asesinatos, los ahorcamientos, los verbos que toman el dativo, el día del pudin de chocolate, los aparatos de ortodoncia, los noventa y nueve, los tres peniques por sacarse uno mismo un diente, etc., y o bien forman parte de la isla o son otro mapa que se muestra a través de ella, y todo es bastante confuso, sobre todo porque nada se queda quieto.

Por supuesto, los Neverlands varían mucho. El de John, por ejemplo, tenía una laguna con flamencos sobrevolándola a los que John disparaba, mientras que el de Michael, que era muy pequeño, tenía un flamenco con lagunas sobrevolándolo. John vivía en una barca volcada sobre la arena, Michael en un wigwam, Wendy en una casa de hojas hábilmente cosidas. John no tenía amigos, Michael tenía amigos de noche, Wendy tenía un lobo de mascota abandonado por sus padres, pero en general los Neverland tienen un parecido familiar, y si se quedaran quietos en fila se podría decir de ellos que tienen la nariz del otro, etcétera. En estas orillas mágicas los niños que juegan varan eternamente sus coracolas [simple boat]. Nosotros también hemos estado allí; aún podemos oír el sonido del oleaje, aunque ya no desembarquemos.

De todas las islas deliciosas, el País de Nunca Jamás es la más cómoda y compacta, no es grande y desparramada, ya sabes, con tediosas distancias entre una aventura y otra, sino que está bien abarrotada. Cuando juegas a ello durante el día con las sillas y el mantel, no es en absoluto alarmante, pero en los dos minutos antes de irte a dormir se vuelve muy real. Por eso hay luces nocturnas.

De vez en cuando, en sus viajes por las mentes de sus hijos, la señora Darling encontraba cosas que no podía entender, y de todas ellas la más desconcertante era la palabra Pedro. No conocía a ningún Peter y, sin embargo, estaba aquí y allá en las mentes de John y Michael, mientras que la de Wendy empezaba a estar garabateada por todas partes con él. El nombre destacaba en letras más audaces que cualquiera de las otras palabras, y mientras la señora Darling lo contemplaba le pareció que tenía un aspecto extrañamente arrogante.